Elvis Presley no está muerto, no significa que haya resucitado ese rey del rock que tanto ha dado y dará que hablar, Elvis Presley se convierte en nombre, como Kevin o Mari Vespi. A falta de raíces olvidadas, por cultura no arraigada a la tierra y por no echarle abono a nuestro conocimiento, desterramos ante nombrar a nuestros hijos aquellos nombres que pertenecen a nuestra cultura a nuestras familias, bien es cierto que poner Cipriano a tu hijo puede ser un motivo más de burla ante los sanguinarios niños que habitan las aulas, pero fotocopiar los seudónimos de los artistas americanos bien parece un ultraje a nuestra bandera, a nuestra cultura. De este modo reconstruimos nuestra generación refiriéndonos a Brad sin saber si es un turista, el actor o un amigo de nuestros hijos. De este modo dejamos de darle un guiño a nuestras abuelas al no ponerles Carmen a nuestras hijas para hacerle product placement verbal a un difunto cantante o a un actual actor de Hollywood, hasta llegar a un punto de normalizar el hecho de ver a Madona y a Angelina jugando en el parque.
Parece que renombrar es un punto por el cual pasamos en algún momento de nuestra vida, no tan solo con las generaciones venideras respecto la nuestra, sino con todo aquello tocado por el hombre. Ahora Santa María del Mar ya no es esa catedral de Barcelona situada en el Born sino la Catedral del Mar de Ildefons Cerdà, que a través de la literatura ha creado una especie de elemento turístico cargado de arte en su obra. Cambia y llega a todos popularizando la literatura en la estantería de libros que nos sirven para mantener temas de conversación con extraños en el ascensor, con nuestros compañeros de trabajo, sin quitarle la monstruosidad de estilo que contiene el que se esconde tras la pluma.
Otro elemento cultural de la ciudad condal se convierte en una referencia, en un lugar a visitar transformando la espiritualidad en ocio, volviendo un lugar de encuentro con Diós en un santuario de la cultura. Pero la religión es el esqueleto de las culturas, ya que se forman en función a creencias, para acabar aglutinando sus elemento estéticos como base para crear reclamos turísticos e ilustraciones, desgarrándolos de los significados de cada vidriera, de lo que esconden las piedras que miran hacia dentro. Respiramos aire y silencios, en el que un susurro crea una masa imposible de desgranar que evoca a esas salas blancas donde las miradas se dirigen con criterio para analizar cuadros, no antes de valorarlos positivamente por el sencillo hecho de estar dispuestos en ese escenario que forma el mundo de cartón piedra de lo que se merece el valor para ser visto.
Llega un autobús de la INSERSO con su pack multiviajes, pasan por Lloret de mar, ciudad la cual conocen miles de turistas de cualquier parte del mundo, debido a su sentido como un resort en Punta Cana, compran cuatro postales, se acercan a Barcelona, les dan una charla a cerca de las maravillosas ollas San Ignacio y visitan el museo Picasso y la Catedral del mar. “...esta obra fue construida...se edificó como símbolo de la ciudad...incluso célebres escritores narran historias alrededor de la relevancia de esta construcción para una ciudad portuaria tan arraigada al comercio...” mientras tanto algunos abuelos desconectan sus sonotones y se dedican a mirar a aquellas turistas que también compraron un paquete en el que tenían una visita guiada por ese reclamo turístico, (des)elevando a cuadro las vidrieras, convirtiendo los bancos en asientos para críticos de arte, transformando al cura en comisario. Renovando la vida, la cultura, la sociedad, aprovechando cualquier atisbo de negocio para crear un logo, para vender estampitas de la virgen, tergiversando el sentido de la santa muerte hasta extrapolarlo a un elemento agnóstico creado para decorar el salón de nuestras casas y así globalizamos aerostáticamente el tocino con los vegetarianos, las funciones con las franquicias, las creencias con los negocios.